Presentación

De naturaleza doble. Nací en la Ciudad de México pero también lo hice en un poblado de la mixteca alta oaxaqueña. Por eso siempre soy dos (basta que vean mi cuerpazo, pues, son dos en uno). Y así mi alma escindida está condenada por siempre a la ambigüedad, a la ambivalencia y al doble sentido.

lunes, 7 de julio de 2008

Encuentros interculturales I

Encuentros interculturales

Frente de la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec vivía P y por las tardes lo íbamos a visitar, con el excelente pretexto de hacer la tarea de la primaria, pero el motivo real era aprovecharnos de los guisados yucatecos que manufacturaba su mamá, pero también de otros alimentos aprovechábamos al entrar al cuarto de sus padres y buscar en el armario, siempre guiados por la curiosidad académica, de las revistas pornográficas de su padre.

Después se convirtió en una costumbre ir a la Segunda con los amigos y, sobre todo con las amigas de la primaria para tratar de hacer práctica sobre nuestros nuevos saberes en cuanto a la anatomía femenina, pero sin ningún resultado favorable para nuestras investigaciones. Además no se podía aspirar a mucho dada nuestra condición infantil, si bien precoces, al fin chamacos.

Al concluir la primaria hubo un dispersión a diferentes escuelas secundarias, sin embargo, los fines de semana Chapultepec seguía siendo nuestro lugar de reunión. De esta manera, pasamos de gorrear los pasteles y los refrescos, esperar nuestro turno pegarle a la piñata en las fiestas infantiles que nos encontrábamos de paso, a tratar de ligarnos a una que otra vertebrada que se paseara por esos rumbos.

Así, los domingos con la excusa de ir a jugar cascaritas en las “Islas” íbamos al acecho de alguna aventura pasajera. Una diversión que casi siempre acababa en un rechazo, pero que no hacía mella en nuestra búsqueda. Los domingos antes de iniciar el rito intercambiamos tips, prácticas, experiencias para perfeccionar la técnica del ligue, las más de las veces inventadas. Sin embargo, una prueba de fuego se dio un domingo.

Ese día sólo llegamos a nuestra reunión semanal A, O y su servidor. El Primeo oriundo de Michoacán, el segundo de Guerrero y parte de mí de Oaxaca, es decir, migrantes. A y O decidieron cambiar el objetivo de nuestra caza a algo más cercano y natural, las chavas migrantes. Yo puse una cara de “no mamen”, estaba bien la calentura pero eso de comer carne de gata no me latía. Ellos conocedores de frases, dichos y músicas populares, encontraron una fuente inagotable de expresiones y ocurrencias sexualozas, que al fin me convencieron.

Temprano llegamos a las Islas, nos apostamos para vigilar y de allí movilizar nuestras fuerzas de ataque. En eso tres mujeres bajitas y morenas pasaron frente a nosotros, O lanzó una grito de borracho de cantina y después un piropo tan absurdo y soez que me dio pena ajena, pero las tres se rieron y nos revisaron de arriba abajo por un momento, siguiendo su paso, volteaban de vez en cuando con sonrisitas.

Las seguimos a una distancia prudente, pero con la intención de que notaran nuestra presencia y así empezó el juego del gato y el ratón, o más bien, de los canes y las felinas. En eso A lanzó la caballería por delante, se aproximó con su sonrisa que dejaba ver sus hoyitos en los cachetes, que tantos frutos le había dado en la primaria y, en esta ocasión no fue la excepción. A y O hacían las preguntas de rigor, y ellas contestaban con monosílabos. Pero entre ellas se comunicaban en su propia lengua, nosotros nos quedamos sorprendidos e incapaces de saber qué chingados andaban diciendo.

Después supe que se expresaban en otomí, lengua de un pueblo que los propios nahuas le habían conferido desde hace siglos, una gran fuerza física y una vitalidad sexual que pronto, muy pronto conocería. Y también más tarde supe que lo que estaban hablando era sobre ponerse de acuerdo quién se queda con quién. Los cazadores habían sido cazados.

Por lo que cada uno se separo con su acompañante. Así empecé a caminar con la doncella, sin hallar un lugar propicio o más bien tratando de ocultarme lo mejor posible ante la mirada de no se quién, mientras trataba de entablar una conversación que nomás no fluía. Siempre he padecido terribles indecisiones y seguimos caminado hasta que ella me dijo que se había cansado. No supe si de caminar o de mi indecisión. Fue cuando ella tomó la iniciativa.

Se sentó en una banca, de igual manera me tuve que sentar. Pasaban los minutos y trataba de invocar algún consejo, alguna fórmula, alguna ayuda para salir del atolladero, pero nada apareció. Ella me contó sobre su pueblo, su familia y su trabajo, mientras yo ponía cara de interés. Me preguntó mi edad y le mentí, no podía decirle que sólo contaba con 13 años, triste edad y más cuando mis experiencias en las artes del faje eras precarias y deficientes. Hasta entonces había dado algunos besos fugaces con sabor a pasta de dientes o torta de jamón durante el descanso de la secundaria.

Ella tenía 17 años, era eso casi un abuso, pero ni modo de ponerme a llorar, que ganas no me faltaban, porque con minuto que pasaba la situación se tornaba desastrosa, el barco se hundía sin poder hacer nada. Y una vez más, ella vino en mi auxilio al preguntarme si tenía novia, otra vez le mentí, y le dije que sí. Por su parte, ella si tenía novio, cuando me lo dijo pensé que de pronto se iba a aparecer detrás de algún árbol el príncipe otomí, para darme en la madre, pero cuando me dijo su edad casi me orino. El angelito tenía 20 años y trabajaba en una construcción de albañil, me lo imaginé bien trabado, primero cargando unos bultos de cemento y después, blandiendo un pico con harta punta para atinarle a mi cabezota.

Espantado maldije a mis dos amigos por ponerme en esa situación de total incertidumbre, se me ocurrió invitarle un helado y ganar tiempo hasta que aparecieran aquellos dos hijos de la chingada, pero ella me dijo que no, que lo que quería era darme un beso, me puse rojo, corrijo, por mi color sólo aspiro a ponerme morado. Y ella lo notó y empezó a reírse de una manera malévola, relamiéndose los bigotes, pedí que me tragara la tierra, pero fue cuando ella me tragó.

Me dio un beso que casi me parte el hocico de lo violento. Pero después aquella sensación dolorosa me empezó a gustar. Los encuentros interculturales pueden ser violentos pero son ineludibles.

miércoles, 2 de julio de 2008

Encuentros interculturales II

Mi paso por Once TV me dejó grandes experiencias y ésta fue una de ellas. Era un viernes y trabajábamos un documental sobre el aniversario del Museo de Antropología e Historia. Por la mañana nos dirigimos a ese impresionante lugar, donde uno puede hacer un viaje por el tiempo y valorar, de cierta forma, las raíces que constituyen nuestra nación.

Dos entrevistas por la mañana y una más por la tarde marcaban mi actividad ese día. Las dos primeras eran en ese inmueble y la tercera en casa de un arqueólogo que fungió como curador. Y, pues, para relucir mis conocimientos sobre la materia hice gala de mi origen oaxaqueño. Ya que estábamos envueltos en esos temas, surgió de parte del productor y del realizador, la idea de ir a comer a un restaurante de comida típica oaxaqueña, intentado hacer un encuentro gastronómico con mi ancestral pasado.

Lo que no sabían ellos, es que no todos los que provenimos de esas tierras gustamos de las delicias de esa cocina, pues, en mi pueblo el menú cotidiano son totopos, frijoles y harto chile, para el que guste. Algo totalmente alejado a los diversos moles y demás cocimientos, repletos de una cantidad asombrosa de hierbas y especias, de origen español. Pero el hambre no mira dichas cuestiones del mestizaje, menos mi gula, y en menos de que canta un gallo, ya estaba atascándome un mole negro de manufactura casera.


Minutos más tarde, nos trepamos a la unidad móvil, elegante manera de referirse una pinche combi con el logo del Canal. Coyoacán era nuestro destino y mientras todos se echaban el coyotito, el F iba repasando su cuestionario, y de pronto, un retortijón en mi estómago hizo que arrugara de fea manera mi libreta con las preguntas del caso, un ligero presagio de lo que venía. Llegamos a la casa del fulano y después de un rato ya estaba listo para la entrevista.


Cunado lancé la primera pregunta ya sudaba frío, y mi panza se colapsaba. Alcé mi voz más de lo debido por miedo de que el ruido proveniente de mi vientre bajo se filtrara en la grabación. De pronto, una cantidad portentosa de gases se acumularon en mi panza, recorriendo libres mis tripas, pero desafortunadamente tenía que contener, los segurísimos pedos sonoros y repugnantes que arrojaría, si no los controlaba. No me podía mover, pues, cualquier inclinación en falso podrían matar al camarógrafo y a su asistente, al productor y a su realizador, a mi entrevistado, me conozco. Y para acabarla de chingar aquél tipo hablaba lentísimo.


Y los minutos eran una eternidad, quería concluir lo más pronto. Me importaba madres las respuestas y sólo en mi cabeza aparecía la imagen de una baño, de una taza donde expulsar la tremenda bestia que desgarraba las entrañas. No había más cosa preciada en el mundo en ese instante. A pesar de que me faltaban algunas preguntas, casi desmayándome y espere un respiro de aquél tipo para darle las gracias y concluir la conversación. Se dice que en una entrevista lo peor es que el entrevistado se pare a la mitad de las preguntas, en este caso el preguntón se levantó para buscar, trastornado y sudoroso, un baño.



Mi cara lo decía todo y el dueño de la casa me señaló una puerta. Y sentí un alivio que pronto se convirtió en una pesadilla. Una sonora descarga paralizó a todo el equipo, que ya levantaba la luces, la cámara y el resto del equipo, como queriendo reconocer de dónde vino ese estremecedor ruido. Una nube verdosa me envolvió, pero aguanté a pie firme, más bien a cunclilla firme, destilando un olor asqueroso que me recordaba en cierta manera el mole negro de horas antes.

De pronto, la angustia me invadió al no hallar el menor indicio del papel higiénico, ni tardo ni perezoso, tuve que hacer uso de las hojas de mi libreta. Pero ahí no acabó mi viacrucis, pues, en la transacción dejé morralla en el mostrador, como si me hubiera volado los sesos, allí mismo, y no había agua. Ni una pinche gota, bajé la mirada para encontrar la llave de paso y la abrí, pero de todos modos el agua era escasa. Y escuché la voz del productor dar las gracias. Era tiempo de partir.

No podía dejar ese desmadre así. Me imaginé que al otro día en la producción iba a llamar el afectado, quejándose de que el preguntón del Once le había intoxicado su domicilio. Encontré una pequeña cubeta y de lo poco que salía en el lavabo intenté contribuir al llenado del receptáculo de la taza, pero ni madres, todo era lento. Si embargo, ya que la nube aquella se estaba disipando, comencé a respirar con más calma, tratando de encontrar la tranquilidad que me faltaba. Así sucedió, pero cuando por fin se llenó la cubeta, ésta no salía, se atoraba con la llave del lavabo. Topo el esfuerzo se iba a la chingada y yo también

Ya cuando todo se veía negro y parecía que nada vendría en mi auxilio, el agua empezó a fluir con mayor rapidez, en cuestión de segundos todo volvió a la normalidad, salí en busca de la combi, libre y ligero como hombre de las nubes.

miércoles, 16 de abril de 2008

En tierra de ciegos

No cabe duda de que en tierra de ciegos, el tuerto es rey. Y no es por presumir pero antes de tantos excesos tenía una memoria fotostática, me podía grabar nombres, documentos y textos enteros con solo darles una repasada. Eso en el contexto de un sistema educativo que pondera los Exámenes, cuya finalidad escasamente da resultados positivos, pero eso sí un número impresionante de dolores de cabeza y somatizaciones bárbaras.

Habiendo tanta problemáticas en la vida de preparatoriano como por ejemplo si la chava a la que le echaste el ojo, se mocha con algo más que un taco de ídem, o si te dice que sí, cómo le haces para no quedar a la mitad de la carrera o cómo saber si vas a llegar a primera, segunda, tercera base o de plano seguirte hasta home, o que en una de esas no se te rompa el condón, en un asunto engorroso(¿o no M?), a esas preocupaciones se le tenía que sumar un pinche examen, ya sea parcial, final o extraordinario.

De eso versa esta historia. R una vez me dijo tragándonos unas tortas en frente de la Prepa…“wey hazme mi final de Derecho”. Todavía riendo descubrí que lo decía en serio, y para no quedar mal, le dije que sí, pero que no sabía cómo carajos hacerle, al otro día ya estaba resolviendo su examen. Por la tarde, a media caguama se lo confesé a Z y el me dijo, te doy varo si también lo presentas por mí, como era el mismo profe, le dije que sí. A la otra semana R tenía calendarizados los próximos finales que tenía que hacerle. Y Z tenía un calendario más completo pero ya no de exámenes para él, sino para una banda que no conocía.

Y así empezó a rodar la máquina. Exámenes por la mañana y exámenes por la tarde. Y principié con algunos modestos Suficientes pero pronto llegué a alcanzar la excelencia académica con señores MB. R se lo comentó a la selección de fut y después ya se los hacía a los de básquet y a los de lucha grecorromana. Cuando se acabó el periodo de finales, me sacudí las manos y a disfrutar de los frutos de mi labor académica. Pero tanto R como Z me tenían una sorpresa, los extraordinarios.

Por más que traté de huir ya estaba atrapado. En mí apareció un terrible deseo por pasar a las grandes ligas, de ser reconocido y trascender e hinchar más mi bolsillo, me había convertido en un esclavo. Sin embargo, fue cunado se me apareció un ente. Me cae que no estaba pacheco.

Era mi primer extra. La materia: geografía. El lugar: el auditorio de la prepa. Llevaba mi librito de la profa Ayllón (que aún da clases para sorpresa de muchos) y le daba el último repaso. En un rincón del segundo piso. Y de pronto levanté la mirada y allí estaba frente a mí y mi librito de geografía. Totalmente de negro, botas con plataforma y pelo hasta media espalda. Feo como pocos, el muy cabrón. Y me dijo… “No sabes con que fuerzas estás jugando, no puedes seguir así. Debes de repensar tu camino. No estoy de acuerdo con la institución, pero no debes de hacer negocio. Sólo saberte más allá de las autoridades es lo placentero. No cobres por ser rebelde o te caerá la MALDICIÓN”.

Baje la mirada para buscar una respuesta en el esquema de capas que integran la atmósfera, pero cuando la levanté el tipo ya no estaba. Un escalofrío corrió por mi espalda. Y ese día ya no hice un examen. No sé si por lo que me dijo. La cuestión es que en esa ocasión realicé ya no realicé el examen convenido, sino tres más. De la MALDICIÓN no supe nada o quizás sí… porque ahora este Dr. Che Gordo sólo cura pulques de todos sabores.

domingo, 13 de abril de 2008

Entre besos y mocos

En la secu eso de saludar de beso era uso y costumbre que pocos usaban, sólo una elite que se las dabas de ser muy mamilas. En esa época el simple hecho de estar cerca de una mujer me ponía nervioso y mi rostro enrojecía, o mejor dicho se amorataba. Sin embargo, al llegar a la prepa, esta costumbre se masificó de manera democrática, lo que no se me quitó fue la inquietud ante una dama.

Y así empecé a repartir besos matutinos a diestra y siniestra a veces sintiendo un cálido contacto y las más de las veces harto asco. Eso de la democracia no es bueno. Pero a pesar de eso, pronto encontré ante esa cuestión desagradable, era simple pero requería cierta destreza. En primer lugar localizar el “objetivo a evitar”, como un radar revisaba la posición de los adefesios preparatorianos, un maestro siempre señala que uno debe saber “que animal tiene por adelante”. Segundo, ya localizada la bestia movía mis piernas como si tuviera que llegar a un punto con urgencia, como si estuviera asomando “el cachetón de puro” y, al pasar sólo levantaba la mano a manera de saludo, pero más bien era la señal de un grito en silencio. ¡vade retro Satanás!

A pesar de esta medida de seguridad no me salvaba del todo. Y ya que el simple hecho de poner mis labios sobre tiernos y delicados cachetes de ciertas doncellas valía la pena besar a uno que otro ogro suelto en la preparatoria. Esto me condujo a cuestionar algo muy particular, mi limpieza persal. Pues, no era justo andar dando besos con las mejillas revoloteadas por moscas. En ese tiempo si no estaba sudando, estaba apunto de hacerlo. Por lo que era urgente hacer ciertos cambios y le hice caso a otro profesor, el de anatomía, que una vez me soltó “al menos un cambio de calcetas por semana”.

Así que me empecé a cambiarme las calcetas cada vez que me bañaba, esto es, una vez por semana. De esta manera, iba repartiendo besos con la conciencia y mi rostro relucientes como la calva del Maestro Limpio. Sin embargo, esa cuestión de la limpieza empezó a crecer y a crecer. Y ya me bañaba con mayor regularidad y hasta me empecé a lavarme los dientes, le dije adiós a las pastillas de menta y a los chicles de plátano. El Gordito quería pasar por fino pero en el fondo era un marrano. Y así pasó.

Ese día el baño me terminó por despertar. Me vacié el desodorante y el talco salía por las costuras de los tenis y el cepillado de dientes me quitó diez minutos. La ropa olía a Suavitel y, así me lancé a la prepa, pero antes de salir me soné la nariz con una fuerza descomunal.

Cuando llegué a la escuela iba repartiendo besos por doquier, sin embargo, las mujeres hacían una mueca extraña al acercarse, además veía sus caritas contorsionándose como si estuvieran a punto de vomitar, pero no encontraba el origen de ello y nadie me revelaba el misterio, entonces me decidía a subir a la montaña y apartarme de cualquier saludo, arrinconándome como apestado en mi salón y, después de varias horas la tan ansiada respuesta llegó.

Alguien me lanzó un papelito pero debido a mi enturbamiento no ubique el origen de aquel pedazo de cuaderno de cuadricula chica, en el que se podía leer una sola sentencia “en el baño”. Sin pensarlo, salí del salón y llegué a la puerta del baño, esperando al informante, no había nadie allí, entré y busqué pero nada. En ese instante me topé con mi reflejo en el espejo y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Allí estaba, en la superficie de mi playera, que seguía oliendo a suavizante, un moco verde estampado, con horror lo quise arrancar pero aquello se encontraba totalmente seco y adherido como una piedra.

martes, 18 de marzo de 2008

Morirse por los propios huevos

Sólo he visitado el hospital en dos ocasiones, la primera fue cuando me agarré con el cierre del pantalón el miembro, allá en mi remota infancia y, la otra fue cuando me operaron de urgencia, pues, me iba a morir “por mis propios huevos”, ya entradito en años (no vayan a pensar que fue intento de suicido, no soy emo). De la primera experiencia después me ocuparé, en esta ocasión atenderé la segunda. Y si quieren saber de aquélla nomás tengan un poco de paciencia o si gustan llámenme por teléfono y se las cuento.

Era sábado y estaba en mi cuarto repasando la clase de anatomía, cuando oí el teléfono pero seguí concentrado en mi estudio, poco después mi madre me gritó que era para mí. Y allí todo empezó. Bajé rápidamente y con un gesto de la cara le pregunté de quién se trataba, pero con gestó idéntico, mi madre me indicó simplemente, que NPI (Ni puta idea).

Levanté el tubo, como dicen los argentinos, y del otro lado una linda voz me dijo… “Hola F, no te quito mucho tiempo, sólo quiero que sepas que estoy embrazada”. A pesar de que no reconocí la voz, mi reacción fue un sincero “felicidades”. Con un tono desafiante me preguntó “¿y qué vamos hacer?” En ese momento, noté que algo no estaba bien y, con la sapiencia que me caracteriza, contesté de forma tranquila “¿hacer de qué?” Del más allá se escuchó “no te hagas el gracioso y tienes que hacerte cargo de nuestro hijo.”

En ese momento casi me desmayó, pero me repuse al momento y, empecé a barajar nombres, rostros, momentos, pero nada. Pero de algo estaba bien seguro y era que aún era virgen. Eso me calmó pero la insistencia de esa mujer me dejó perplejo. Se me ocurrió que quizás me estaban jugando una broma sabatina y empecé a ser sarcástico, hasta que se escuchó su llanto y el madrazo cuando colgó.

Aquel suceso sería el inicio de otros semejantes. Llegué a contar hasta seis casos en tres meses. Estaba envuelto en la pura paranoia, ya ni siquiera me metía con una mujer, aunque sólo fuera para robarle un beso, como tampoco en la alberca de la prepa, por temor a que me colgaran otro milagrito. Era algo terrible y tomé una decisión abrupta pero contundente.

No podía poner en riesgo mi brillante futuro y, como tardé, casi un año en resolver el misterio de las llamadas, el cual me fue revelado de viva voz del causante de todo aquello, mi amigo C. que tenía dos jodidas mañas cada vez que se ligaba a una chava. Uno, asumir otra identidad, es decir, la mía, con todo y mi número telefónico y, dos, nunca ponerse un chingado condón.

Así que me fui a un Centro de Salud y pedí una Vasectomía, al principio ni me pelaron pero cuando vieron que lloraba y suplicaba para que me ayudaran para ya no tener más de seis hijos a mi edad. Y la cosa se hizo. Me fui a mi casa a convalecer, así que prendí la tele y estaba una película de Mauricio Garcés y como no queriendo la cosa, empecé a bajar la mano por mi vientre hasta llegar a… ¡mis huevos!




Uno de mis testículos, el derecho para ser exactos, estaba inflamado y más oscurecido de lo acostumbrado, traté de calmarme pero poco después era ya insoportable la angustia. Pues, me había crecido de manera descomunal, parecía negro de película porno, pero la situación se ponía más jodida, así que me lancé a la calle para tomar un taxi y de regreso al Centro de Salud, pues, esperar una ambulancia en esta ciudad no funciona.

Salí en calzones y ningún taxista me levantaba. Mientras esa cosa creía allá abajo, como una bolsa cuando le vas vaciando una caguama, pero con unas punzadas marca “lloraras”. Por fin, me levantó un don y en la parte de atrás maldecía a la ciencia médica y me agarraba del asiento, retorciéndome del dolor y, ahora literal, con los huevos hasta el cuello.

El taxista docto en la materia de trasladar mujeres a punto de parir, hombres picados o panboleros lesionados de fin de semana, trataba de tranquilizarme y me pidió que le contara, así lo hice y por el espejo retrovisor me veía asombrado, pelando chicos ojos, un huevo de Pascua de chocolate gigante, asomándose por mi calzón trueno blanco, pero como buen profesional de traslados de urgencias, y ya en la puerta del hospital, me dijo, “no cabe duda joven, que usted se está muriendo por su propios huevos”.

jueves, 13 de marzo de 2008

El futbol va sin acento

El futbol va sin acento (porque este Dr. no es argentino, aunque quisiera) y no es sólo un juego de táctica y estrategia, sino es en algunos puntos, un arte, pero las más de las veces es simple y cruenta muestra de pasión. El panbol está inmerso en una red de simbolismos y códigos, dentro y fuera de la cancha.

Cierto día fui invitado a un partido por una noviecita, pero aunque no lo crean no estaba totalmente convencido de mi asistencia, porque iba a ir su padre, o sea, mi papá-suegro. Nunca he sido un novio modelo, más bien siempre he sido el modelo del anti-novio, del anti-galán, de la pinche anti-materia. Constantemente he tenido relaciones conflictivas con los padres de “mis” novias, las cuales se pueden contar con los dedos de mi mano, o mejor dicho, las recuento, las enumero y las recuerdo con mi mano.

Aunque compartíamos los mismos colores y defendíamos la misma playera, aquel suegro era un amargado, de esos que se la pasan chingando todo el partido, haciendo hincapié en los errores y nunca en los aciertos. Por ejemplo, cuando se anotaba un gol a favor, emitía una sentencia como “sólo faltaba que la fallara”. Y en ese instante a pesar de tener la emoción al tope, me sumía en el sillón como si el gol hubiera sido en contra. Por tal motivo la incertidumbre de ir al partido estaba presente.

Eran ya cuartos de final y los que me conocen saben que mi equipo pocas veces llega a esa instancia y eso decidió mi asistencia. Desde que lo vi con su jeta enojada sentí que todo iba a estar en mi contra. Lo saludé y me limpié la mano disimuladamente con mi bandera, pero el muy cabrón se percató de ese gesto y pude ver como se puso rojo de coraje. Mi intención no era ofenderlo, pero cómo existe gente muy delicada en el mundo.

Después pasamos a comprar los boletos, le di mi parte a mi novia pero no ella no lo aceptó y estiró la mano hacia la cartera del suegro, lo cual no le hizo ninguna gracia. Nos sentamos en la gradería esperando que saltaran la cancha los dos equipos. Pasé mi mano sobre los hombros de mi novia y un ligero movimiento de mi cabeza logró que mi vista se topara con unas señoras nalgas de una mujer que bajaba de las escaleras en busca de sus asiento y mi suegro también tenía su vista puesta en ese mismo lugar, al instante los dos nos miramos y ante tal situación los dos optamos por hacernos pendejos.
La tarde era calurosa y tenía unas ganas insoportables de tomarme una cerveza pero no atrevía ante la presencia de mi suegro. En ese entonces aún cuidaba algunas formas. Sin embargo, el suegro le pidió a su hija que ordenara un refresco y no tres, solo uno, pensé, pinche viejo huevón a parte de tacaño, eso de huevón pronto tendría un realce importante Las cosas cada vez se ponían más tensas y esos cabrones no aparecían y ya era la hora de inicio.

Ya con el refresco de cola en la mano de mi novia, y yo con la mano en la cola de mi novia, claro con toda discreción, hablo de mi novia, mi suegro se empezó a bajar la bragueta, no si antes mirar a su alrededor. Pinche viejo depravado qué intenciones sucias tenía. Y yo que no soy nada chismoso de reojo vigilaba sus movimientos, recordándome la ocasión en que intenté hacerme una puñeta, en una alberca atascada de bañistas en una Semana Santa pasada. Sólo faltaba que sacara la reata y orinara a los de enfrente, al menos que lo hiciera con el clásico vaso de chela y al grito de “ahí les va el agua”, pero no fue así.

Lo que hizo fue sacar una bolsita de sus pelotas con algo de alcohol, para pasar la revisión de la entrada del estadio. Tomó el refresco e hizo pronto la combinación con la destreza de pocos y, antes de llevársela a la boca me la extendió, vacilé un momento y mientras me repetía, en silencio, “qué huevos de este don”, empezó a bajar por mi garganta esa sensación de refrescante calor.

jueves, 10 de enero de 2008

Hasta los Testigos de Jehová me hicieron el feo

Acabamos de pasar "días de guardar"… algo así como momentos para recogernos hacia nuestros adentros… uyyy. Son días, pues, en que los católicos participan en ciertas celebraciones y obligaciones… pero mi relación con el catolicismo nunca ha sido la mejor… Dos veces reprobado en el catecismo lo avalan. Pero no me digan que no es bien complicado entender de chavito que en una persona habitan tres… ¿o no? Y ya de grande ni se diga.

Nunca he probado la carne y sangre de Cristo, a pesar de que mi tarjeta de presentación dice donde está el renglón de ocupación: “Gordito come gente”. A pesar de esto nunca he sido censurado por la comunidad católica… no ha pasado… de palabras como las siguientes… “te vas a condenar por los de los siglo en el infierno” o “tu carne arderá en el fuego infernal para siempre”.

Un día en mis años mozos mientras le daba rienda suelta al amor que me profeso, a través de mi propia mano, sonó el timbre de la casa, eran unos Testigos de Jehová, de mala gana les abrí, pues, ya casi acababa. Me extendieron la mano para saludarme… pero no me animaba dar la mía… para que vean que vean hasta donde llegan mis buenas costumbres y mi higiene… pero ante su insistencia cedí. Era un grupo pequeño, y me hablaron sobre del fin del mundo, de los últimos reyes humanos y del Reino eterno del Señor.

Y ya emocionados, del ángel caído… de la mentiras de Satanás, de que el “sistema de cosas” pronto vendría a ser destruido… pero a pesar de tales cosas yo no podía apartar la vista de una verdadero ángel que estaba con ellos… una mujercita que asentía todo lo que el otro decía con su cabecita y que sobre sus delicadas manos sostenía una Biblia… Al final me preguntaron si quería ser visitado para un “estudio bíblico”, con la única esperanza de ver una vez a esa mujer, dije que sí.

Entusiasmado esperé una semana y por fin tocaron a la casa, de buen modo abrí pero no estaba el angelito aquél, sino un tipo regordete, con un bigotito mal recortado y metido en un traje a la fuerza. Tratando de ser civilizado pregunté por “ella” y, me dijo que para evitar ciertos comentarios malintencionados sería él quien me daría el “estudio”. Pero me animó con un sonrisita al mencionarme que podría verla en el Salón del Reino, que es el lugar donde se reúnen. Una nueva dosis de esperanza llegó a mí.

Mi deseo como espíritu se posó en “ella” y, seguí dándole a la enseñanza para poderla ver. Fui un excelente alumno y después de unas semanas fui invitado al Salón. Allí la reconocí. Entre rezos y rezos, sólo la contemplaba y, al finalizar me la presentó mi “maestro”. Conversamos y me felicitó por mis avances. Después de algunas semanas ya era mi supuesta “novia”, pero no soltaba prenda (textual), me moría de ganas de agarrarla a besos y apretujarla entre mis brazos. “Ella” fue contundente, pues, no experimentaría nada de eso, si antes no me bautizaba. Chales. Allí si sentí como cierta preocupación.

Pero ni modos de echarme para atrás. Además sólo era meterme en una alberca de hule y recibir el Espíritu Santo, nada más, un poco de agua para bajar la calentura. Y así fue. “Ella” a la distancia me observaba orgullosa y feliz. Yo metido en la alberca apretando los dientes y cuando me echaron el agua sobre la cabeza, las cual estaba helada, grité… “ayyy virgencita de Guadalupe”. Aún tiritando de frío todos bajaron la vista desilusionados y escuché “todavía no está listo”. Y allí mismo tiré la toalla y me quedé sin novia y sin religión.

miércoles, 2 de enero de 2008

Mi primer viaje a Chiapas

Hace unos días se cumplieron diez años de la masacre en Acteal, el mismo tiempo de impunidad e irresponsabilidad que sólo muestra el estado actual de la clase política que padecemos. Y catorce años desde la aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, quienes están pasando de las armas a la autonomía, no con pocas dificultades.

Eso me recuerda la primera vez que fui a las comunidades zapatistas en resistencia. Fue el 11 d e agosto del 99, la fecha la recuerdo bien porque según unos canijos que se la estiran más allá de lo reglamentario (y miren que mi estatuto es harto flexible), en el Chilam Balam se anuncia que ese día comenzaría una era de oscuridad que finalizaría con el 2012, con el tiempo del no tiempo, (esta bien que mamen pero… ¡que no se lleven la vaca!) Por eso el pinche Ma-Maussan siempre anda con los ojitos rojos a medio abrir (¡Saquen para andar igual!)

Con ese presagio funesto me lancé a bordo de un camión bautizado como el Blue Demon, seguido de otros paladines del ring, en una caravana (palabra exacta) de compas de la ENAH, a mi primer zapatour. Y huyendo de una huelga que no tenía para cuándo concluir…



Cada vez que salgo de viaje me veo forzado a cambiar ciertos hábitos. Uno de ellos es a todo lo relacionado a surcar por el espacio, a pelear con los cocodrilos, a regañar a la taza, a tirar la basura, a colgar el tamarindo, a tirar la piedra, a romper la piñata, a clonarme. Fino lector usted me entenderá. Es que al abortar los horarios y al no estar en los lugares acostumbrados uno se siente indefenso. Las veces que tuve que salir, hasta en medio de una clase en la escuela, para regresar a casa y efectuar aquel ritual simple y llano del cake, pero tan aliviador como una chela en la playa. Y con el pasar de los años también crecieron los kilómetros que separaban la escuela de la casa.

No siempre llegaba al hogar como lo mandan los cánones, pues, en algunas ocasiones, era tal el retortijón que uno se queda de una sola pieza, paralizado, como si el rayo de algún marciano te congelara en el tiempo. Es cuando en verdad caes en cuenta de lo que significa el término de distancia.

En fin, llevaba en la Realidad ya seis días sin evacuar nada y el regreso estaba cerca. Uno reconoce sus límites, por tanto, tenía que hacer algo, para no verme en una dificultad mayor. Por lo que debía dar uso a una de las letrinas, las cuales se encontraban a un lado las regaderas, detrás de las barracas que servían de dormitorio. Tenía el plan trazado pero mi cuerpo no reaccionaba, así que me día a la tarea de socorrerlo.

Fui con unos chavitos de la comunidad y les compré un kilo de plátanos para que la cosa resbalara. Más tarde saqué mi rollo de papel de la mochila y con total discreción corté la cantidad de cuadritos, que calculé necesitar, basándome en complejas teorías matemáticas. Pues, eso de llevar el rollito entre las manos es un exhibicionismo que no me permito. Con la bolsa del pantalón abultada, pero más mi panza, me dirigí a mi objetivo.

El atardecer era el mejor momento para alcanzar cierta privacidad. Pues, un día antes había hecho un recorrido para reconocer la zona, la cual tenía una inclinación poco pronunciada. Iba a paso firme pero concentradísimo. Pasé frente las regaderas y sólo había una pareja de franceses bañándose, situación que me hizo dudar un poco, pero ya estaba decidido, pasara lo que pasara.

Me dirigí la letrina más lejana y me afiancé lo mejor posible al terreno para no perder el equilibrio, pues, tenía el presentimiento de que aquella empresa no sería fácil. Después de unos minutos ya me faltaba el aliento y sentía un calorcito en el rostro, que después se convirtió en espacie de hormigueo. Invocaba y maldecía a la vez. Mis dientes ya me empezaban a doler de tanta presión pero nada, de nada…

Parecía que mis esfuerzos eran en vano, a punto de desfallecer, acumulé toda mi fuerza en el último intento. Mi mano derecha apretaba con violencia el papel, cada vez más mojado por el sudor. Las muelas rechinando, el ceño fruncido y los ojos cerrados con violencia, a penas dejaron escapar unas lágrimas que pronto cayeron al suelo. Era lo único que me salía junto con un gemido lastimero. De pronto explotó tanta tensión acumulada, como alma que lleva el diablo de mi nariz empezó a salir una cantidad impresionante de sangre, de inmediato y, sin medir las consecuencias llevé el papel a tratar de tapar la fuga de la nariz y, todo se fue en eso.

Y cuando intenté levantarme para detener la hemorragia, sucedió. Afortunadamente las regaderas se hallaban cerca y los franceses ya no estaban allí.

Cochinito

Cochinito
Come gente