Presentación

De naturaleza doble. Nací en la Ciudad de México pero también lo hice en un poblado de la mixteca alta oaxaqueña. Por eso siempre soy dos (basta que vean mi cuerpazo, pues, son dos en uno). Y así mi alma escindida está condenada por siempre a la ambigüedad, a la ambivalencia y al doble sentido.

miércoles, 2 de julio de 2008

Encuentros interculturales II

Mi paso por Once TV me dejó grandes experiencias y ésta fue una de ellas. Era un viernes y trabajábamos un documental sobre el aniversario del Museo de Antropología e Historia. Por la mañana nos dirigimos a ese impresionante lugar, donde uno puede hacer un viaje por el tiempo y valorar, de cierta forma, las raíces que constituyen nuestra nación.

Dos entrevistas por la mañana y una más por la tarde marcaban mi actividad ese día. Las dos primeras eran en ese inmueble y la tercera en casa de un arqueólogo que fungió como curador. Y, pues, para relucir mis conocimientos sobre la materia hice gala de mi origen oaxaqueño. Ya que estábamos envueltos en esos temas, surgió de parte del productor y del realizador, la idea de ir a comer a un restaurante de comida típica oaxaqueña, intentado hacer un encuentro gastronómico con mi ancestral pasado.

Lo que no sabían ellos, es que no todos los que provenimos de esas tierras gustamos de las delicias de esa cocina, pues, en mi pueblo el menú cotidiano son totopos, frijoles y harto chile, para el que guste. Algo totalmente alejado a los diversos moles y demás cocimientos, repletos de una cantidad asombrosa de hierbas y especias, de origen español. Pero el hambre no mira dichas cuestiones del mestizaje, menos mi gula, y en menos de que canta un gallo, ya estaba atascándome un mole negro de manufactura casera.


Minutos más tarde, nos trepamos a la unidad móvil, elegante manera de referirse una pinche combi con el logo del Canal. Coyoacán era nuestro destino y mientras todos se echaban el coyotito, el F iba repasando su cuestionario, y de pronto, un retortijón en mi estómago hizo que arrugara de fea manera mi libreta con las preguntas del caso, un ligero presagio de lo que venía. Llegamos a la casa del fulano y después de un rato ya estaba listo para la entrevista.


Cunado lancé la primera pregunta ya sudaba frío, y mi panza se colapsaba. Alcé mi voz más de lo debido por miedo de que el ruido proveniente de mi vientre bajo se filtrara en la grabación. De pronto, una cantidad portentosa de gases se acumularon en mi panza, recorriendo libres mis tripas, pero desafortunadamente tenía que contener, los segurísimos pedos sonoros y repugnantes que arrojaría, si no los controlaba. No me podía mover, pues, cualquier inclinación en falso podrían matar al camarógrafo y a su asistente, al productor y a su realizador, a mi entrevistado, me conozco. Y para acabarla de chingar aquél tipo hablaba lentísimo.


Y los minutos eran una eternidad, quería concluir lo más pronto. Me importaba madres las respuestas y sólo en mi cabeza aparecía la imagen de una baño, de una taza donde expulsar la tremenda bestia que desgarraba las entrañas. No había más cosa preciada en el mundo en ese instante. A pesar de que me faltaban algunas preguntas, casi desmayándome y espere un respiro de aquél tipo para darle las gracias y concluir la conversación. Se dice que en una entrevista lo peor es que el entrevistado se pare a la mitad de las preguntas, en este caso el preguntón se levantó para buscar, trastornado y sudoroso, un baño.



Mi cara lo decía todo y el dueño de la casa me señaló una puerta. Y sentí un alivio que pronto se convirtió en una pesadilla. Una sonora descarga paralizó a todo el equipo, que ya levantaba la luces, la cámara y el resto del equipo, como queriendo reconocer de dónde vino ese estremecedor ruido. Una nube verdosa me envolvió, pero aguanté a pie firme, más bien a cunclilla firme, destilando un olor asqueroso que me recordaba en cierta manera el mole negro de horas antes.

De pronto, la angustia me invadió al no hallar el menor indicio del papel higiénico, ni tardo ni perezoso, tuve que hacer uso de las hojas de mi libreta. Pero ahí no acabó mi viacrucis, pues, en la transacción dejé morralla en el mostrador, como si me hubiera volado los sesos, allí mismo, y no había agua. Ni una pinche gota, bajé la mirada para encontrar la llave de paso y la abrí, pero de todos modos el agua era escasa. Y escuché la voz del productor dar las gracias. Era tiempo de partir.

No podía dejar ese desmadre así. Me imaginé que al otro día en la producción iba a llamar el afectado, quejándose de que el preguntón del Once le había intoxicado su domicilio. Encontré una pequeña cubeta y de lo poco que salía en el lavabo intenté contribuir al llenado del receptáculo de la taza, pero ni madres, todo era lento. Si embargo, ya que la nube aquella se estaba disipando, comencé a respirar con más calma, tratando de encontrar la tranquilidad que me faltaba. Así sucedió, pero cuando por fin se llenó la cubeta, ésta no salía, se atoraba con la llave del lavabo. Topo el esfuerzo se iba a la chingada y yo también

Ya cuando todo se veía negro y parecía que nada vendría en mi auxilio, el agua empezó a fluir con mayor rapidez, en cuestión de segundos todo volvió a la normalidad, salí en busca de la combi, libre y ligero como hombre de las nubes.

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