Presentación

De naturaleza doble. Nací en la Ciudad de México pero también lo hice en un poblado de la mixteca alta oaxaqueña. Por eso siempre soy dos (basta que vean mi cuerpazo, pues, son dos en uno). Y así mi alma escindida está condenada por siempre a la ambigüedad, a la ambivalencia y al doble sentido.

sábado, 22 de diciembre de 2007

Para entrar en calor navideño

Ya se quemaban las habas y acabé quemando las piñatas. Un tío me introdujo al mundo de la piñata. Con él me fui perfeccionando en eso de la mezcla perfecta del engrudo y el corte preciso del papel de china. No es por nada pero siempre fui bueno con las manualidades, con las mías claro está. Desde pequeño me distinguí por las cositas que hacia con mis propias manos, hoy puedo presumir los cayos que han florecido en ellas. Pero volvamos a lo de las piñatas y, dejemos, para decirlo todo, lo de las puñetas.

Pronto pasé de la Estrella a la Zanahoria y, de ésta al Payaso. Luego perfeccioné el Barco y la Negrita. En muy poco tiempo mis piñatas cobraron cierta fama, además de cobrar algunos descalabros, pero eso de meneada a la hora posada ya no era mi responsabilidad. A esa edad no la meneaba como hoy. En ese sentido, logré, lo casi imposible, darle una consistencia en la pegada del papel periódico, para que no se rompiera al primer palazo y tampoco para que durara una eternidad, el justo medio, pues.

Tenía ocho años cuando la gran posibilidad apreció para, de una vez por todas, entrar a las grandes ligas de los artesanos de la piñata. Los organizadores de la posada principal de mi barrio me confiaron cinco piñatas. Y desde que me dejaron el encargo tomé lápiz y papel para entrarle de lleno a la geometría y la topología y, así diseñar las mejores piñatas que jamás se verían colgadas de un pinche lazo. Mi imaginación afiebrada empezó a trazar sobre el aire los más sublimes y extraordinarios diseños.

La mismísima banda de Moebius y la propia botella de Klein se quedaron chiquitas con mis invenciones. Y con la geta aún salpicada de engrudo, las manos con las marcadas de tanto usar las tijeras de punta chatita y forrado con cientos de cortes de papel china miré esas cinco creaciones y empecé entrever como en sueños la divertida que iban a causar, las alegrías, los regocijos y, por supuesto, mi propia inmortalidad.

A los pocos minutos de la rompedera y celoso de mi trabajo revisaba los últimos detalles para que quedaran listas las piñatas, las cuales se encontraban ya colgadas. A los lejos se oían las letanías que indicaban la llegada de los peregrinos, las voces de los errantes que decían a coro: “ven, ven Señor, no tardes, ven, ven que te esperamos, ven, ven Señor, no tardes, ven pronto, Señor”, y un sentamiento poderoso me dominó.

Contagiado por esa fuerza, prendí una chispeante luz de bengala y, empecé a tararear el cántico cayendo como en un trance, cerré los ojos, dejándome llevar por la paz y la armonía, hasta que advertía un calorcito, pensé que era parte de ese hechizo navideño, pero más bien era el papel de china ardiendo, el fuego esparciéndose por el resto de las piñatas, levantando una llamarada formidable y breve. Nunca pensé que mis manos pudieran producir tanto calor.

jueves, 20 de diciembre de 2007

Porqué a las tortillas tampoco me gusta ir

Y para que no digan, ahora contaré porqué a las tortillas tampoco me gusta ir. Mi abuela que tampoco es tuerta y, mucho menos tonta, le entró de lleno a la justa, magnánima y prudente idea del changarrilización del país. Y montó un puesto de tacos de guisado y, como alguien tenía que ir por la materia prima, su dedo condenatorio se dirigió hacia mi personita. Mi tarea era tempranito, con una pinche geta, con un hilillo de baba seca adherida al cachete, lanzarme a visitar a los obreros del nixtamal y, solicitar unos cuantos kilotes de tortillas.

Como sabe todo aquel que ha pasado por estos menesteres, el asunto es harto mecánico extender la servilleta, esperar a que pongan las torres de tortillas, cubrir rápidamente y pagar. A veces te puedes comer un taco de sal, pero no más. Todo fue así hasta que dejó de despacharme un tipo como de veinte años, con una sonrisa de campeón de juego de pelota, que no podía con ella y, vino a su relevo una mujer de la misma edad, que hasta ese momento era la encargada de llenar la máquina de masas para después vomitar las tortillas calientitas, que más tarde serían presas de los dedos asquerosos de la burocracia que acude diariamente a los “Tacos de labuela”.

Cuando ella empezó a despacharme empezó lo que a mi juicio era un tranquilo interrogatorio, el que siempre sucede cuando uno quiere saber un poco del otro, por más que fuera un trato de compra-venta era natural crear cierto vínculo, pero desconocía el verdadero motivo de aquello. Después aparecieron ciertas atenciones… como recibirme con una tortilla calientita para hacerme mi taco matutino, perdonarme uno o dos pesos, tener aquellos kilos apartados para no hacer cola, o hasta de darme mi pilón con más tortillas, que seguro serían beneficioso a la hora del armado de los tacos.

En una ocasión la linda mujer llevaba un escote tan pronunciado que la redondez de las tortillas quedó en un segundo plano. Y bien dicen que donde hay hambre no hay tortilla mala, pero a pesar de que mi condición es de constante hambre, por eso los que me conocen nunca me preguntan “¿F tienes hambre?” Esa vez no tenía antojo, quizás por lo temprano, pero sólo Centéotl lo sabe.



Sin embargo, al instante me tope con la mirada calcinante, que podía calentar hasta un totopo, de aquel gallardo obrero blandiendo tremendo desarmador que me hizo pagar con una mano temblorosa y una voz entrecortada al decir “gracias”. Pero eso era tan sólo el comienzo. Los celos en los hombres son más claros que el agua que requiere la masa en su mezcla con la cal y el nixtamal.

Un día, ya alertado de estar en medio de una rencilla entre novios, en la cual era el motivo para celar al campeón otomí de juego de pelota, (no por nada el pueblo nahua consideraba a éstos tontos pero con una gran potencia sexual), decidí volverme más parco, atrás quedarían las sonrisas de agradecimiento y las atenciones, así mientras cubría las tortillas ella me ayudó, pero con alevosía y ventaja me tomó de la mano.

Levanté la vista no para mirarla y agradecer aquella muestra de afecto, sino ver dónde estaba él y, por supuesto, el pinche desarmador de la vez pasada Ese día todavía blanco presenté mi renuncia ante mi abuela, que más tarde me curaría de espanto, escupiéndome agua a la cara al mediodía y, es que el contrato no contenía nada, absolutamente nada, de gastos médicos por ataque de celoso enloquecido, con todo y pleonasmo. Pero también atendiendo eso de por andar recosechando otras milpas, cosechan las tuyas.

Nunca me ha gustado que me manden ni al pan ni a las tortillas

Par decirlo desde un inicio: nunca me ha gustado que me manden ni al pan ni a las tortillas. Pensarán que es por flojera pero no es así, bueno, sólo como un poco… algo así como más de la mitad de las veces. Mejor dicho se debe a mi mala suerte, aunque algunos no crean en ella, para esos asuntos. Para muestra un botón. Les contaré la más reciente.

Hace unos días mi madrecita santa me mandó al pan. Raudo y veloz me dirigí al expendio. Mi indumentaria era un viejo pants verde, de esos “chíngame-la-retina”, único recuerdo de mis años de joven deportista, joya bendita del buen vestir y, como saben mis hábitos de limpieza cuando estoy en casa no son los más habituales menos aún los más meticulosos, bueno ni cuando estoy fuera de ella

Y es que día estaba recostado en mi cama… leyendo, mmmhhh… o algo por el estilo y mi cabello estaba alborotado, como zacate recién masticado por un burro. Ahora que escribo burro ya me acordé lo que estaba haciendo, pero no se los contaré por lo largo del asunto. En fin, ya estaba en la panadería escogiendo el pan: hojaldras, cuernitos, conchas pasaban a mi charola con singular alegría, le siguieron las semitas y las panochas, “échale ganas” me decía a mi mismo, para regresar a casa lo más pronto y continuar con mi lectura.

Nunca está de más un buen bizcocho puesta en la charola… y cuando mis ojos se posaron sobre él, en ese preciso momento se me paró el pájaro… trate de hacerme el wey y salirme de inmediato, desaparecer, pues, ustedes saben muy bien que un pájaro parado se va más si uno trae puestos unos pants y, mucho más sin son verde fosforescente, pero aún no pagaba y despacito me fui acercando a la mujer que estaba despachando…

Pero con mi charola repleta de pan, los pants llamativos y el pájaro parado, pronto fui el centro de atención de todos… pero nadie hacía el mayor comentario… quizás poniendo la charola encima tapando aquello disminuiría la escenita, pero ni así, al contrario fue más evidente… pero lo peor aún estaba por venir… la cajera me miró y la condenada no se aguantó las ganas…

Empezó a reírse y todo el mundo la siguió, sólo escuchaba carcajadas tras carcajadas a mis espaldas…… y ya que todos se habían enterado lo de del pájaro no tuve más que ir a la puerta de la panadería y rápido sacudirme la cabeza… para que el pájaro que tomó mi cabeza por nido, por fin, empezará a volar.

Cochinito

Cochinito
Come gente