No cabe duda de que en tierra de ciegos, el tuerto es rey. Y no es por presumir pero antes de tantos excesos tenía una memoria fotostática, me podía grabar nombres, documentos y textos enteros con solo darles una repasada. Eso en el contexto de un sistema educativo que pondera los Exámenes, cuya finalidad escasamente da resultados positivos, pero eso sí un número impresionante de dolores de cabeza y somatizaciones bárbaras.
Habiendo tanta problemáticas en la vida de preparatoriano como por ejemplo si la chava a la que le echaste el ojo, se mocha con algo más que un taco de ídem, o si te dice que sí, cómo le haces para no quedar a la mitad de la carrera o cómo saber si vas a llegar a primera, segunda, tercera base o de plano seguirte hasta home, o que en una de esas no se te rompa el condón, en un asunto engorroso(¿o no M?), a esas preocupaciones se le tenía que sumar un pinche examen, ya sea parcial, final o extraordinario.
De eso versa esta historia. R una vez me dijo tragándonos unas tortas en frente de la Prepa…“wey hazme mi final de Derecho”. Todavía riendo descubrí que lo decía en serio, y para no quedar mal, le dije que sí, pero que no sabía cómo carajos hacerle, al otro día ya estaba resolviendo su examen. Por la tarde, a media caguama se lo confesé a Z y el me dijo, te doy varo si también lo presentas por mí, como era el mismo profe, le dije que sí. A la otra semana R tenía calendarizados los próximos finales que tenía que hacerle. Y Z tenía un calendario más completo pero ya no de exámenes para él, sino para una banda que no conocía.
Y así empezó a rodar la máquina. Exámenes por la mañana y exámenes por la tarde. Y principié con algunos modestos Suficientes pero pronto llegué a alcanzar la excelencia académica con señores MB. R se lo comentó a la selección de fut y después ya se los hacía a los de básquet y a los de lucha grecorromana. Cuando se acabó el periodo de finales, me sacudí las manos y a disfrutar de los frutos de mi labor académica. Pero tanto R como Z me tenían una sorpresa, los extraordinarios.
Por más que traté de huir ya estaba atrapado. En mí apareció un terrible deseo por pasar a las grandes ligas, de ser reconocido y trascender e hinchar más mi bolsillo, me había convertido en un esclavo. Sin embargo, fue cunado se me apareció un ente. Me cae que no estaba pacheco.
Era mi primer extra. La materia: geografía. El lugar: el auditorio de la prepa. Llevaba mi librito de la profa Ayllón (que aún da clases para sorpresa de muchos) y le daba el último repaso. En un rincón del segundo piso. Y de pronto levanté la mirada y allí estaba frente a mí y mi librito de geografía. Totalmente de negro, botas con plataforma y pelo hasta media espalda. Feo como pocos, el muy cabrón. Y me dijo… “No sabes con que fuerzas estás jugando, no puedes seguir así. Debes de repensar tu camino. No estoy de acuerdo con la institución, pero no debes de hacer negocio. Sólo saberte más allá de las autoridades es lo placentero. No cobres por ser rebelde o te caerá la MALDICIÓN”.
Baje la mirada para buscar una respuesta en el esquema de capas que integran la atmósfera, pero cuando la levanté el tipo ya no estaba. Un escalofrío corrió por mi espalda. Y ese día ya no hice un examen. No sé si por lo que me dijo. La cuestión es que en esa ocasión realicé ya no realicé el examen convenido, sino tres más. De la MALDICIÓN no supe nada o quizás sí… porque ahora este Dr. Che Gordo sólo cura pulques de todos sabores.
Habiendo tanta problemáticas en la vida de preparatoriano como por ejemplo si la chava a la que le echaste el ojo, se mocha con algo más que un taco de ídem, o si te dice que sí, cómo le haces para no quedar a la mitad de la carrera o cómo saber si vas a llegar a primera, segunda, tercera base o de plano seguirte hasta home, o que en una de esas no se te rompa el condón, en un asunto engorroso(¿o no M?), a esas preocupaciones se le tenía que sumar un pinche examen, ya sea parcial, final o extraordinario.
De eso versa esta historia. R una vez me dijo tragándonos unas tortas en frente de la Prepa…“wey hazme mi final de Derecho”. Todavía riendo descubrí que lo decía en serio, y para no quedar mal, le dije que sí, pero que no sabía cómo carajos hacerle, al otro día ya estaba resolviendo su examen. Por la tarde, a media caguama se lo confesé a Z y el me dijo, te doy varo si también lo presentas por mí, como era el mismo profe, le dije que sí. A la otra semana R tenía calendarizados los próximos finales que tenía que hacerle. Y Z tenía un calendario más completo pero ya no de exámenes para él, sino para una banda que no conocía.
Y así empezó a rodar la máquina. Exámenes por la mañana y exámenes por la tarde. Y principié con algunos modestos Suficientes pero pronto llegué a alcanzar la excelencia académica con señores MB. R se lo comentó a la selección de fut y después ya se los hacía a los de básquet y a los de lucha grecorromana. Cuando se acabó el periodo de finales, me sacudí las manos y a disfrutar de los frutos de mi labor académica. Pero tanto R como Z me tenían una sorpresa, los extraordinarios.
Por más que traté de huir ya estaba atrapado. En mí apareció un terrible deseo por pasar a las grandes ligas, de ser reconocido y trascender e hinchar más mi bolsillo, me había convertido en un esclavo. Sin embargo, fue cunado se me apareció un ente. Me cae que no estaba pacheco.
Era mi primer extra. La materia: geografía. El lugar: el auditorio de la prepa. Llevaba mi librito de la profa Ayllón (que aún da clases para sorpresa de muchos) y le daba el último repaso. En un rincón del segundo piso. Y de pronto levanté la mirada y allí estaba frente a mí y mi librito de geografía. Totalmente de negro, botas con plataforma y pelo hasta media espalda. Feo como pocos, el muy cabrón. Y me dijo… “No sabes con que fuerzas estás jugando, no puedes seguir así. Debes de repensar tu camino. No estoy de acuerdo con la institución, pero no debes de hacer negocio. Sólo saberte más allá de las autoridades es lo placentero. No cobres por ser rebelde o te caerá la MALDICIÓN”.
Baje la mirada para buscar una respuesta en el esquema de capas que integran la atmósfera, pero cuando la levanté el tipo ya no estaba. Un escalofrío corrió por mi espalda. Y ese día ya no hice un examen. No sé si por lo que me dijo. La cuestión es que en esa ocasión realicé ya no realicé el examen convenido, sino tres más. De la MALDICIÓN no supe nada o quizás sí… porque ahora este Dr. Che Gordo sólo cura pulques de todos sabores.