Presentación

De naturaleza doble. Nací en la Ciudad de México pero también lo hice en un poblado de la mixteca alta oaxaqueña. Por eso siempre soy dos (basta que vean mi cuerpazo, pues, son dos en uno). Y así mi alma escindida está condenada por siempre a la ambigüedad, a la ambivalencia y al doble sentido.

domingo, 13 de abril de 2008

Entre besos y mocos

En la secu eso de saludar de beso era uso y costumbre que pocos usaban, sólo una elite que se las dabas de ser muy mamilas. En esa época el simple hecho de estar cerca de una mujer me ponía nervioso y mi rostro enrojecía, o mejor dicho se amorataba. Sin embargo, al llegar a la prepa, esta costumbre se masificó de manera democrática, lo que no se me quitó fue la inquietud ante una dama.

Y así empecé a repartir besos matutinos a diestra y siniestra a veces sintiendo un cálido contacto y las más de las veces harto asco. Eso de la democracia no es bueno. Pero a pesar de eso, pronto encontré ante esa cuestión desagradable, era simple pero requería cierta destreza. En primer lugar localizar el “objetivo a evitar”, como un radar revisaba la posición de los adefesios preparatorianos, un maestro siempre señala que uno debe saber “que animal tiene por adelante”. Segundo, ya localizada la bestia movía mis piernas como si tuviera que llegar a un punto con urgencia, como si estuviera asomando “el cachetón de puro” y, al pasar sólo levantaba la mano a manera de saludo, pero más bien era la señal de un grito en silencio. ¡vade retro Satanás!

A pesar de esta medida de seguridad no me salvaba del todo. Y ya que el simple hecho de poner mis labios sobre tiernos y delicados cachetes de ciertas doncellas valía la pena besar a uno que otro ogro suelto en la preparatoria. Esto me condujo a cuestionar algo muy particular, mi limpieza persal. Pues, no era justo andar dando besos con las mejillas revoloteadas por moscas. En ese tiempo si no estaba sudando, estaba apunto de hacerlo. Por lo que era urgente hacer ciertos cambios y le hice caso a otro profesor, el de anatomía, que una vez me soltó “al menos un cambio de calcetas por semana”.

Así que me empecé a cambiarme las calcetas cada vez que me bañaba, esto es, una vez por semana. De esta manera, iba repartiendo besos con la conciencia y mi rostro relucientes como la calva del Maestro Limpio. Sin embargo, esa cuestión de la limpieza empezó a crecer y a crecer. Y ya me bañaba con mayor regularidad y hasta me empecé a lavarme los dientes, le dije adiós a las pastillas de menta y a los chicles de plátano. El Gordito quería pasar por fino pero en el fondo era un marrano. Y así pasó.

Ese día el baño me terminó por despertar. Me vacié el desodorante y el talco salía por las costuras de los tenis y el cepillado de dientes me quitó diez minutos. La ropa olía a Suavitel y, así me lancé a la prepa, pero antes de salir me soné la nariz con una fuerza descomunal.

Cuando llegué a la escuela iba repartiendo besos por doquier, sin embargo, las mujeres hacían una mueca extraña al acercarse, además veía sus caritas contorsionándose como si estuvieran a punto de vomitar, pero no encontraba el origen de ello y nadie me revelaba el misterio, entonces me decidía a subir a la montaña y apartarme de cualquier saludo, arrinconándome como apestado en mi salón y, después de varias horas la tan ansiada respuesta llegó.

Alguien me lanzó un papelito pero debido a mi enturbamiento no ubique el origen de aquel pedazo de cuaderno de cuadricula chica, en el que se podía leer una sola sentencia “en el baño”. Sin pensarlo, salí del salón y llegué a la puerta del baño, esperando al informante, no había nadie allí, entré y busqué pero nada. En ese instante me topé con mi reflejo en el espejo y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Allí estaba, en la superficie de mi playera, que seguía oliendo a suavizante, un moco verde estampado, con horror lo quise arrancar pero aquello se encontraba totalmente seco y adherido como una piedra.

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