Presentación

De naturaleza doble. Nací en la Ciudad de México pero también lo hice en un poblado de la mixteca alta oaxaqueña. Por eso siempre soy dos (basta que vean mi cuerpazo, pues, son dos en uno). Y así mi alma escindida está condenada por siempre a la ambigüedad, a la ambivalencia y al doble sentido.

martes, 18 de marzo de 2008

Morirse por los propios huevos

Sólo he visitado el hospital en dos ocasiones, la primera fue cuando me agarré con el cierre del pantalón el miembro, allá en mi remota infancia y, la otra fue cuando me operaron de urgencia, pues, me iba a morir “por mis propios huevos”, ya entradito en años (no vayan a pensar que fue intento de suicido, no soy emo). De la primera experiencia después me ocuparé, en esta ocasión atenderé la segunda. Y si quieren saber de aquélla nomás tengan un poco de paciencia o si gustan llámenme por teléfono y se las cuento.

Era sábado y estaba en mi cuarto repasando la clase de anatomía, cuando oí el teléfono pero seguí concentrado en mi estudio, poco después mi madre me gritó que era para mí. Y allí todo empezó. Bajé rápidamente y con un gesto de la cara le pregunté de quién se trataba, pero con gestó idéntico, mi madre me indicó simplemente, que NPI (Ni puta idea).

Levanté el tubo, como dicen los argentinos, y del otro lado una linda voz me dijo… “Hola F, no te quito mucho tiempo, sólo quiero que sepas que estoy embrazada”. A pesar de que no reconocí la voz, mi reacción fue un sincero “felicidades”. Con un tono desafiante me preguntó “¿y qué vamos hacer?” En ese momento, noté que algo no estaba bien y, con la sapiencia que me caracteriza, contesté de forma tranquila “¿hacer de qué?” Del más allá se escuchó “no te hagas el gracioso y tienes que hacerte cargo de nuestro hijo.”

En ese momento casi me desmayó, pero me repuse al momento y, empecé a barajar nombres, rostros, momentos, pero nada. Pero de algo estaba bien seguro y era que aún era virgen. Eso me calmó pero la insistencia de esa mujer me dejó perplejo. Se me ocurrió que quizás me estaban jugando una broma sabatina y empecé a ser sarcástico, hasta que se escuchó su llanto y el madrazo cuando colgó.

Aquel suceso sería el inicio de otros semejantes. Llegué a contar hasta seis casos en tres meses. Estaba envuelto en la pura paranoia, ya ni siquiera me metía con una mujer, aunque sólo fuera para robarle un beso, como tampoco en la alberca de la prepa, por temor a que me colgaran otro milagrito. Era algo terrible y tomé una decisión abrupta pero contundente.

No podía poner en riesgo mi brillante futuro y, como tardé, casi un año en resolver el misterio de las llamadas, el cual me fue revelado de viva voz del causante de todo aquello, mi amigo C. que tenía dos jodidas mañas cada vez que se ligaba a una chava. Uno, asumir otra identidad, es decir, la mía, con todo y mi número telefónico y, dos, nunca ponerse un chingado condón.

Así que me fui a un Centro de Salud y pedí una Vasectomía, al principio ni me pelaron pero cuando vieron que lloraba y suplicaba para que me ayudaran para ya no tener más de seis hijos a mi edad. Y la cosa se hizo. Me fui a mi casa a convalecer, así que prendí la tele y estaba una película de Mauricio Garcés y como no queriendo la cosa, empecé a bajar la mano por mi vientre hasta llegar a… ¡mis huevos!




Uno de mis testículos, el derecho para ser exactos, estaba inflamado y más oscurecido de lo acostumbrado, traté de calmarme pero poco después era ya insoportable la angustia. Pues, me había crecido de manera descomunal, parecía negro de película porno, pero la situación se ponía más jodida, así que me lancé a la calle para tomar un taxi y de regreso al Centro de Salud, pues, esperar una ambulancia en esta ciudad no funciona.

Salí en calzones y ningún taxista me levantaba. Mientras esa cosa creía allá abajo, como una bolsa cuando le vas vaciando una caguama, pero con unas punzadas marca “lloraras”. Por fin, me levantó un don y en la parte de atrás maldecía a la ciencia médica y me agarraba del asiento, retorciéndome del dolor y, ahora literal, con los huevos hasta el cuello.

El taxista docto en la materia de trasladar mujeres a punto de parir, hombres picados o panboleros lesionados de fin de semana, trataba de tranquilizarme y me pidió que le contara, así lo hice y por el espejo retrovisor me veía asombrado, pelando chicos ojos, un huevo de Pascua de chocolate gigante, asomándose por mi calzón trueno blanco, pero como buen profesional de traslados de urgencias, y ya en la puerta del hospital, me dijo, “no cabe duda joven, que usted se está muriendo por su propios huevos”.

jueves, 13 de marzo de 2008

El futbol va sin acento

El futbol va sin acento (porque este Dr. no es argentino, aunque quisiera) y no es sólo un juego de táctica y estrategia, sino es en algunos puntos, un arte, pero las más de las veces es simple y cruenta muestra de pasión. El panbol está inmerso en una red de simbolismos y códigos, dentro y fuera de la cancha.

Cierto día fui invitado a un partido por una noviecita, pero aunque no lo crean no estaba totalmente convencido de mi asistencia, porque iba a ir su padre, o sea, mi papá-suegro. Nunca he sido un novio modelo, más bien siempre he sido el modelo del anti-novio, del anti-galán, de la pinche anti-materia. Constantemente he tenido relaciones conflictivas con los padres de “mis” novias, las cuales se pueden contar con los dedos de mi mano, o mejor dicho, las recuento, las enumero y las recuerdo con mi mano.

Aunque compartíamos los mismos colores y defendíamos la misma playera, aquel suegro era un amargado, de esos que se la pasan chingando todo el partido, haciendo hincapié en los errores y nunca en los aciertos. Por ejemplo, cuando se anotaba un gol a favor, emitía una sentencia como “sólo faltaba que la fallara”. Y en ese instante a pesar de tener la emoción al tope, me sumía en el sillón como si el gol hubiera sido en contra. Por tal motivo la incertidumbre de ir al partido estaba presente.

Eran ya cuartos de final y los que me conocen saben que mi equipo pocas veces llega a esa instancia y eso decidió mi asistencia. Desde que lo vi con su jeta enojada sentí que todo iba a estar en mi contra. Lo saludé y me limpié la mano disimuladamente con mi bandera, pero el muy cabrón se percató de ese gesto y pude ver como se puso rojo de coraje. Mi intención no era ofenderlo, pero cómo existe gente muy delicada en el mundo.

Después pasamos a comprar los boletos, le di mi parte a mi novia pero no ella no lo aceptó y estiró la mano hacia la cartera del suegro, lo cual no le hizo ninguna gracia. Nos sentamos en la gradería esperando que saltaran la cancha los dos equipos. Pasé mi mano sobre los hombros de mi novia y un ligero movimiento de mi cabeza logró que mi vista se topara con unas señoras nalgas de una mujer que bajaba de las escaleras en busca de sus asiento y mi suegro también tenía su vista puesta en ese mismo lugar, al instante los dos nos miramos y ante tal situación los dos optamos por hacernos pendejos.
La tarde era calurosa y tenía unas ganas insoportables de tomarme una cerveza pero no atrevía ante la presencia de mi suegro. En ese entonces aún cuidaba algunas formas. Sin embargo, el suegro le pidió a su hija que ordenara un refresco y no tres, solo uno, pensé, pinche viejo huevón a parte de tacaño, eso de huevón pronto tendría un realce importante Las cosas cada vez se ponían más tensas y esos cabrones no aparecían y ya era la hora de inicio.

Ya con el refresco de cola en la mano de mi novia, y yo con la mano en la cola de mi novia, claro con toda discreción, hablo de mi novia, mi suegro se empezó a bajar la bragueta, no si antes mirar a su alrededor. Pinche viejo depravado qué intenciones sucias tenía. Y yo que no soy nada chismoso de reojo vigilaba sus movimientos, recordándome la ocasión en que intenté hacerme una puñeta, en una alberca atascada de bañistas en una Semana Santa pasada. Sólo faltaba que sacara la reata y orinara a los de enfrente, al menos que lo hiciera con el clásico vaso de chela y al grito de “ahí les va el agua”, pero no fue así.

Lo que hizo fue sacar una bolsita de sus pelotas con algo de alcohol, para pasar la revisión de la entrada del estadio. Tomó el refresco e hizo pronto la combinación con la destreza de pocos y, antes de llevársela a la boca me la extendió, vacilé un momento y mientras me repetía, en silencio, “qué huevos de este don”, empezó a bajar por mi garganta esa sensación de refrescante calor.

Cochinito

Cochinito
Come gente