Presentación

De naturaleza doble. Nací en la Ciudad de México pero también lo hice en un poblado de la mixteca alta oaxaqueña. Por eso siempre soy dos (basta que vean mi cuerpazo, pues, son dos en uno). Y así mi alma escindida está condenada por siempre a la ambigüedad, a la ambivalencia y al doble sentido.

lunes, 7 de julio de 2008

Encuentros interculturales I

Encuentros interculturales

Frente de la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec vivía P y por las tardes lo íbamos a visitar, con el excelente pretexto de hacer la tarea de la primaria, pero el motivo real era aprovecharnos de los guisados yucatecos que manufacturaba su mamá, pero también de otros alimentos aprovechábamos al entrar al cuarto de sus padres y buscar en el armario, siempre guiados por la curiosidad académica, de las revistas pornográficas de su padre.

Después se convirtió en una costumbre ir a la Segunda con los amigos y, sobre todo con las amigas de la primaria para tratar de hacer práctica sobre nuestros nuevos saberes en cuanto a la anatomía femenina, pero sin ningún resultado favorable para nuestras investigaciones. Además no se podía aspirar a mucho dada nuestra condición infantil, si bien precoces, al fin chamacos.

Al concluir la primaria hubo un dispersión a diferentes escuelas secundarias, sin embargo, los fines de semana Chapultepec seguía siendo nuestro lugar de reunión. De esta manera, pasamos de gorrear los pasteles y los refrescos, esperar nuestro turno pegarle a la piñata en las fiestas infantiles que nos encontrábamos de paso, a tratar de ligarnos a una que otra vertebrada que se paseara por esos rumbos.

Así, los domingos con la excusa de ir a jugar cascaritas en las “Islas” íbamos al acecho de alguna aventura pasajera. Una diversión que casi siempre acababa en un rechazo, pero que no hacía mella en nuestra búsqueda. Los domingos antes de iniciar el rito intercambiamos tips, prácticas, experiencias para perfeccionar la técnica del ligue, las más de las veces inventadas. Sin embargo, una prueba de fuego se dio un domingo.

Ese día sólo llegamos a nuestra reunión semanal A, O y su servidor. El Primeo oriundo de Michoacán, el segundo de Guerrero y parte de mí de Oaxaca, es decir, migrantes. A y O decidieron cambiar el objetivo de nuestra caza a algo más cercano y natural, las chavas migrantes. Yo puse una cara de “no mamen”, estaba bien la calentura pero eso de comer carne de gata no me latía. Ellos conocedores de frases, dichos y músicas populares, encontraron una fuente inagotable de expresiones y ocurrencias sexualozas, que al fin me convencieron.

Temprano llegamos a las Islas, nos apostamos para vigilar y de allí movilizar nuestras fuerzas de ataque. En eso tres mujeres bajitas y morenas pasaron frente a nosotros, O lanzó una grito de borracho de cantina y después un piropo tan absurdo y soez que me dio pena ajena, pero las tres se rieron y nos revisaron de arriba abajo por un momento, siguiendo su paso, volteaban de vez en cuando con sonrisitas.

Las seguimos a una distancia prudente, pero con la intención de que notaran nuestra presencia y así empezó el juego del gato y el ratón, o más bien, de los canes y las felinas. En eso A lanzó la caballería por delante, se aproximó con su sonrisa que dejaba ver sus hoyitos en los cachetes, que tantos frutos le había dado en la primaria y, en esta ocasión no fue la excepción. A y O hacían las preguntas de rigor, y ellas contestaban con monosílabos. Pero entre ellas se comunicaban en su propia lengua, nosotros nos quedamos sorprendidos e incapaces de saber qué chingados andaban diciendo.

Después supe que se expresaban en otomí, lengua de un pueblo que los propios nahuas le habían conferido desde hace siglos, una gran fuerza física y una vitalidad sexual que pronto, muy pronto conocería. Y también más tarde supe que lo que estaban hablando era sobre ponerse de acuerdo quién se queda con quién. Los cazadores habían sido cazados.

Por lo que cada uno se separo con su acompañante. Así empecé a caminar con la doncella, sin hallar un lugar propicio o más bien tratando de ocultarme lo mejor posible ante la mirada de no se quién, mientras trataba de entablar una conversación que nomás no fluía. Siempre he padecido terribles indecisiones y seguimos caminado hasta que ella me dijo que se había cansado. No supe si de caminar o de mi indecisión. Fue cuando ella tomó la iniciativa.

Se sentó en una banca, de igual manera me tuve que sentar. Pasaban los minutos y trataba de invocar algún consejo, alguna fórmula, alguna ayuda para salir del atolladero, pero nada apareció. Ella me contó sobre su pueblo, su familia y su trabajo, mientras yo ponía cara de interés. Me preguntó mi edad y le mentí, no podía decirle que sólo contaba con 13 años, triste edad y más cuando mis experiencias en las artes del faje eras precarias y deficientes. Hasta entonces había dado algunos besos fugaces con sabor a pasta de dientes o torta de jamón durante el descanso de la secundaria.

Ella tenía 17 años, era eso casi un abuso, pero ni modo de ponerme a llorar, que ganas no me faltaban, porque con minuto que pasaba la situación se tornaba desastrosa, el barco se hundía sin poder hacer nada. Y una vez más, ella vino en mi auxilio al preguntarme si tenía novia, otra vez le mentí, y le dije que sí. Por su parte, ella si tenía novio, cuando me lo dijo pensé que de pronto se iba a aparecer detrás de algún árbol el príncipe otomí, para darme en la madre, pero cuando me dijo su edad casi me orino. El angelito tenía 20 años y trabajaba en una construcción de albañil, me lo imaginé bien trabado, primero cargando unos bultos de cemento y después, blandiendo un pico con harta punta para atinarle a mi cabezota.

Espantado maldije a mis dos amigos por ponerme en esa situación de total incertidumbre, se me ocurrió invitarle un helado y ganar tiempo hasta que aparecieran aquellos dos hijos de la chingada, pero ella me dijo que no, que lo que quería era darme un beso, me puse rojo, corrijo, por mi color sólo aspiro a ponerme morado. Y ella lo notó y empezó a reírse de una manera malévola, relamiéndose los bigotes, pedí que me tragara la tierra, pero fue cuando ella me tragó.

Me dio un beso que casi me parte el hocico de lo violento. Pero después aquella sensación dolorosa me empezó a gustar. Los encuentros interculturales pueden ser violentos pero son ineludibles.

miércoles, 2 de julio de 2008

Encuentros interculturales II

Mi paso por Once TV me dejó grandes experiencias y ésta fue una de ellas. Era un viernes y trabajábamos un documental sobre el aniversario del Museo de Antropología e Historia. Por la mañana nos dirigimos a ese impresionante lugar, donde uno puede hacer un viaje por el tiempo y valorar, de cierta forma, las raíces que constituyen nuestra nación.

Dos entrevistas por la mañana y una más por la tarde marcaban mi actividad ese día. Las dos primeras eran en ese inmueble y la tercera en casa de un arqueólogo que fungió como curador. Y, pues, para relucir mis conocimientos sobre la materia hice gala de mi origen oaxaqueño. Ya que estábamos envueltos en esos temas, surgió de parte del productor y del realizador, la idea de ir a comer a un restaurante de comida típica oaxaqueña, intentado hacer un encuentro gastronómico con mi ancestral pasado.

Lo que no sabían ellos, es que no todos los que provenimos de esas tierras gustamos de las delicias de esa cocina, pues, en mi pueblo el menú cotidiano son totopos, frijoles y harto chile, para el que guste. Algo totalmente alejado a los diversos moles y demás cocimientos, repletos de una cantidad asombrosa de hierbas y especias, de origen español. Pero el hambre no mira dichas cuestiones del mestizaje, menos mi gula, y en menos de que canta un gallo, ya estaba atascándome un mole negro de manufactura casera.


Minutos más tarde, nos trepamos a la unidad móvil, elegante manera de referirse una pinche combi con el logo del Canal. Coyoacán era nuestro destino y mientras todos se echaban el coyotito, el F iba repasando su cuestionario, y de pronto, un retortijón en mi estómago hizo que arrugara de fea manera mi libreta con las preguntas del caso, un ligero presagio de lo que venía. Llegamos a la casa del fulano y después de un rato ya estaba listo para la entrevista.


Cunado lancé la primera pregunta ya sudaba frío, y mi panza se colapsaba. Alcé mi voz más de lo debido por miedo de que el ruido proveniente de mi vientre bajo se filtrara en la grabación. De pronto, una cantidad portentosa de gases se acumularon en mi panza, recorriendo libres mis tripas, pero desafortunadamente tenía que contener, los segurísimos pedos sonoros y repugnantes que arrojaría, si no los controlaba. No me podía mover, pues, cualquier inclinación en falso podrían matar al camarógrafo y a su asistente, al productor y a su realizador, a mi entrevistado, me conozco. Y para acabarla de chingar aquél tipo hablaba lentísimo.


Y los minutos eran una eternidad, quería concluir lo más pronto. Me importaba madres las respuestas y sólo en mi cabeza aparecía la imagen de una baño, de una taza donde expulsar la tremenda bestia que desgarraba las entrañas. No había más cosa preciada en el mundo en ese instante. A pesar de que me faltaban algunas preguntas, casi desmayándome y espere un respiro de aquél tipo para darle las gracias y concluir la conversación. Se dice que en una entrevista lo peor es que el entrevistado se pare a la mitad de las preguntas, en este caso el preguntón se levantó para buscar, trastornado y sudoroso, un baño.



Mi cara lo decía todo y el dueño de la casa me señaló una puerta. Y sentí un alivio que pronto se convirtió en una pesadilla. Una sonora descarga paralizó a todo el equipo, que ya levantaba la luces, la cámara y el resto del equipo, como queriendo reconocer de dónde vino ese estremecedor ruido. Una nube verdosa me envolvió, pero aguanté a pie firme, más bien a cunclilla firme, destilando un olor asqueroso que me recordaba en cierta manera el mole negro de horas antes.

De pronto, la angustia me invadió al no hallar el menor indicio del papel higiénico, ni tardo ni perezoso, tuve que hacer uso de las hojas de mi libreta. Pero ahí no acabó mi viacrucis, pues, en la transacción dejé morralla en el mostrador, como si me hubiera volado los sesos, allí mismo, y no había agua. Ni una pinche gota, bajé la mirada para encontrar la llave de paso y la abrí, pero de todos modos el agua era escasa. Y escuché la voz del productor dar las gracias. Era tiempo de partir.

No podía dejar ese desmadre así. Me imaginé que al otro día en la producción iba a llamar el afectado, quejándose de que el preguntón del Once le había intoxicado su domicilio. Encontré una pequeña cubeta y de lo poco que salía en el lavabo intenté contribuir al llenado del receptáculo de la taza, pero ni madres, todo era lento. Si embargo, ya que la nube aquella se estaba disipando, comencé a respirar con más calma, tratando de encontrar la tranquilidad que me faltaba. Así sucedió, pero cuando por fin se llenó la cubeta, ésta no salía, se atoraba con la llave del lavabo. Topo el esfuerzo se iba a la chingada y yo también

Ya cuando todo se veía negro y parecía que nada vendría en mi auxilio, el agua empezó a fluir con mayor rapidez, en cuestión de segundos todo volvió a la normalidad, salí en busca de la combi, libre y ligero como hombre de las nubes.

Cochinito

Cochinito
Come gente