Presentación

De naturaleza doble. Nací en la Ciudad de México pero también lo hice en un poblado de la mixteca alta oaxaqueña. Por eso siempre soy dos (basta que vean mi cuerpazo, pues, son dos en uno). Y así mi alma escindida está condenada por siempre a la ambigüedad, a la ambivalencia y al doble sentido.

jueves, 10 de enero de 2008

Hasta los Testigos de Jehová me hicieron el feo

Acabamos de pasar "días de guardar"… algo así como momentos para recogernos hacia nuestros adentros… uyyy. Son días, pues, en que los católicos participan en ciertas celebraciones y obligaciones… pero mi relación con el catolicismo nunca ha sido la mejor… Dos veces reprobado en el catecismo lo avalan. Pero no me digan que no es bien complicado entender de chavito que en una persona habitan tres… ¿o no? Y ya de grande ni se diga.

Nunca he probado la carne y sangre de Cristo, a pesar de que mi tarjeta de presentación dice donde está el renglón de ocupación: “Gordito come gente”. A pesar de esto nunca he sido censurado por la comunidad católica… no ha pasado… de palabras como las siguientes… “te vas a condenar por los de los siglo en el infierno” o “tu carne arderá en el fuego infernal para siempre”.

Un día en mis años mozos mientras le daba rienda suelta al amor que me profeso, a través de mi propia mano, sonó el timbre de la casa, eran unos Testigos de Jehová, de mala gana les abrí, pues, ya casi acababa. Me extendieron la mano para saludarme… pero no me animaba dar la mía… para que vean que vean hasta donde llegan mis buenas costumbres y mi higiene… pero ante su insistencia cedí. Era un grupo pequeño, y me hablaron sobre del fin del mundo, de los últimos reyes humanos y del Reino eterno del Señor.

Y ya emocionados, del ángel caído… de la mentiras de Satanás, de que el “sistema de cosas” pronto vendría a ser destruido… pero a pesar de tales cosas yo no podía apartar la vista de una verdadero ángel que estaba con ellos… una mujercita que asentía todo lo que el otro decía con su cabecita y que sobre sus delicadas manos sostenía una Biblia… Al final me preguntaron si quería ser visitado para un “estudio bíblico”, con la única esperanza de ver una vez a esa mujer, dije que sí.

Entusiasmado esperé una semana y por fin tocaron a la casa, de buen modo abrí pero no estaba el angelito aquél, sino un tipo regordete, con un bigotito mal recortado y metido en un traje a la fuerza. Tratando de ser civilizado pregunté por “ella” y, me dijo que para evitar ciertos comentarios malintencionados sería él quien me daría el “estudio”. Pero me animó con un sonrisita al mencionarme que podría verla en el Salón del Reino, que es el lugar donde se reúnen. Una nueva dosis de esperanza llegó a mí.

Mi deseo como espíritu se posó en “ella” y, seguí dándole a la enseñanza para poderla ver. Fui un excelente alumno y después de unas semanas fui invitado al Salón. Allí la reconocí. Entre rezos y rezos, sólo la contemplaba y, al finalizar me la presentó mi “maestro”. Conversamos y me felicitó por mis avances. Después de algunas semanas ya era mi supuesta “novia”, pero no soltaba prenda (textual), me moría de ganas de agarrarla a besos y apretujarla entre mis brazos. “Ella” fue contundente, pues, no experimentaría nada de eso, si antes no me bautizaba. Chales. Allí si sentí como cierta preocupación.

Pero ni modos de echarme para atrás. Además sólo era meterme en una alberca de hule y recibir el Espíritu Santo, nada más, un poco de agua para bajar la calentura. Y así fue. “Ella” a la distancia me observaba orgullosa y feliz. Yo metido en la alberca apretando los dientes y cuando me echaron el agua sobre la cabeza, las cual estaba helada, grité… “ayyy virgencita de Guadalupe”. Aún tiritando de frío todos bajaron la vista desilusionados y escuché “todavía no está listo”. Y allí mismo tiré la toalla y me quedé sin novia y sin religión.

miércoles, 2 de enero de 2008

Mi primer viaje a Chiapas

Hace unos días se cumplieron diez años de la masacre en Acteal, el mismo tiempo de impunidad e irresponsabilidad que sólo muestra el estado actual de la clase política que padecemos. Y catorce años desde la aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, quienes están pasando de las armas a la autonomía, no con pocas dificultades.

Eso me recuerda la primera vez que fui a las comunidades zapatistas en resistencia. Fue el 11 d e agosto del 99, la fecha la recuerdo bien porque según unos canijos que se la estiran más allá de lo reglamentario (y miren que mi estatuto es harto flexible), en el Chilam Balam se anuncia que ese día comenzaría una era de oscuridad que finalizaría con el 2012, con el tiempo del no tiempo, (esta bien que mamen pero… ¡que no se lleven la vaca!) Por eso el pinche Ma-Maussan siempre anda con los ojitos rojos a medio abrir (¡Saquen para andar igual!)

Con ese presagio funesto me lancé a bordo de un camión bautizado como el Blue Demon, seguido de otros paladines del ring, en una caravana (palabra exacta) de compas de la ENAH, a mi primer zapatour. Y huyendo de una huelga que no tenía para cuándo concluir…



Cada vez que salgo de viaje me veo forzado a cambiar ciertos hábitos. Uno de ellos es a todo lo relacionado a surcar por el espacio, a pelear con los cocodrilos, a regañar a la taza, a tirar la basura, a colgar el tamarindo, a tirar la piedra, a romper la piñata, a clonarme. Fino lector usted me entenderá. Es que al abortar los horarios y al no estar en los lugares acostumbrados uno se siente indefenso. Las veces que tuve que salir, hasta en medio de una clase en la escuela, para regresar a casa y efectuar aquel ritual simple y llano del cake, pero tan aliviador como una chela en la playa. Y con el pasar de los años también crecieron los kilómetros que separaban la escuela de la casa.

No siempre llegaba al hogar como lo mandan los cánones, pues, en algunas ocasiones, era tal el retortijón que uno se queda de una sola pieza, paralizado, como si el rayo de algún marciano te congelara en el tiempo. Es cuando en verdad caes en cuenta de lo que significa el término de distancia.

En fin, llevaba en la Realidad ya seis días sin evacuar nada y el regreso estaba cerca. Uno reconoce sus límites, por tanto, tenía que hacer algo, para no verme en una dificultad mayor. Por lo que debía dar uso a una de las letrinas, las cuales se encontraban a un lado las regaderas, detrás de las barracas que servían de dormitorio. Tenía el plan trazado pero mi cuerpo no reaccionaba, así que me día a la tarea de socorrerlo.

Fui con unos chavitos de la comunidad y les compré un kilo de plátanos para que la cosa resbalara. Más tarde saqué mi rollo de papel de la mochila y con total discreción corté la cantidad de cuadritos, que calculé necesitar, basándome en complejas teorías matemáticas. Pues, eso de llevar el rollito entre las manos es un exhibicionismo que no me permito. Con la bolsa del pantalón abultada, pero más mi panza, me dirigí a mi objetivo.

El atardecer era el mejor momento para alcanzar cierta privacidad. Pues, un día antes había hecho un recorrido para reconocer la zona, la cual tenía una inclinación poco pronunciada. Iba a paso firme pero concentradísimo. Pasé frente las regaderas y sólo había una pareja de franceses bañándose, situación que me hizo dudar un poco, pero ya estaba decidido, pasara lo que pasara.

Me dirigí la letrina más lejana y me afiancé lo mejor posible al terreno para no perder el equilibrio, pues, tenía el presentimiento de que aquella empresa no sería fácil. Después de unos minutos ya me faltaba el aliento y sentía un calorcito en el rostro, que después se convirtió en espacie de hormigueo. Invocaba y maldecía a la vez. Mis dientes ya me empezaban a doler de tanta presión pero nada, de nada…

Parecía que mis esfuerzos eran en vano, a punto de desfallecer, acumulé toda mi fuerza en el último intento. Mi mano derecha apretaba con violencia el papel, cada vez más mojado por el sudor. Las muelas rechinando, el ceño fruncido y los ojos cerrados con violencia, a penas dejaron escapar unas lágrimas que pronto cayeron al suelo. Era lo único que me salía junto con un gemido lastimero. De pronto explotó tanta tensión acumulada, como alma que lleva el diablo de mi nariz empezó a salir una cantidad impresionante de sangre, de inmediato y, sin medir las consecuencias llevé el papel a tratar de tapar la fuga de la nariz y, todo se fue en eso.

Y cuando intenté levantarme para detener la hemorragia, sucedió. Afortunadamente las regaderas se hallaban cerca y los franceses ya no estaban allí.

Cochinito

Cochinito
Come gente